Época: Julio César
Inicio: Año 58 A. C.
Fin: Año 51 D.C.

Siguientes:
La gran rebelión de 52 a.C.
El desastre de Avaricum
La derrota de Gergovia
El asedio de Alesia
La pacificación de las Galias



Comentario

El galo Vercingétorix, héroe nacional de Francia, despertó recientemente el interés del gran público, gracias a la película de Jacques Dorfman. De este personaje nada se sabría sin la ayuda de su mortal enemigo César, quien en sus Comentarios sobre la Guerra de las Galias convirtió al jefe galo en protagonista de la lucha feroz que marca el final de la conquista romana de las Galias, un territorio de medio millón de kilómetros cuadrados.
De este caudillo galo ni siquiera sabemos el nombre, porque Vercingétorix es sólo un título que los galos daban a sus jefes: "el rey supremo de los que combaten al enemigo". Y su vida está indisolublemente unida a la última resistencia armada de la Galia contra el imperialismo romano.

En las últimas décadas del siglo II a.C., Roma se había asegurado, con la creación de la provincia Narbonense (Provence) -la provincia, por excelencia- un territorio continuo de comunicación terrestre con Hispania, que apoyaba en dos grandes pilares urbanos, la colonia de Narbo Martius (Narbona) y la ciudad griega de Massalia (Marsella). Pero las cambiantes condiciones políticas, al norte de sus fronteras, y el creciente interés de los comerciantes romanos en un espacio lleno de posibilidades, hacían de la Galia independiente una fuente de atención constante.

Su territorio, a ambos lados del Rin, estaba habitado por tribus muy populosas: en el sur, al oeste de la Narbonense, estaban asentados los aquitanos; al este, los helvecios; en la Galia central, las tribus de arvernos, eduos, secuanos, senones y lingones; más al norte, los belgas; las costas atlánticas estaban ocupadas por los armóricos.

Estas tribus no constituían una unidad política. El factor más fuerte de cohesión era el sacerdocio de los druidas que, bajo la dependencia de un jefe supremo, custodiaba antiguos dogmas de fe, atendía al culto, que incluía sacrificios humanos, ejercía la jurisdicción y transmitía conocimientos de ciencia y cultura. Por lo demás, estaban gobernadas por aristocracias guerreras que sólo en ocasiones establecían limitadas relaciones de amistad y clientela y, a menudo, se encontraban enfrentadas entre sí. Por ejemplo, una disputa por el dominio de la Galia central enfrentaba desde antiguo a eduos y arvernos. Roma había apoyado a los eduos, que con esta ayuda lograron imponerse sobre sus rivales, pero a finales de los años 60, un nuevo factor, los germanos de la orilla derecha del Rin, dirigidos por Ariovisto, desestabilizaron el puzzle.

Para entonces un nuevo procónsul se había hecho cargo de los intereses romanos en las galias: Julio César. Gracias a las componendas de Pompeyo y Craso, sus aliados, César había conseguido un mando supremo con tropas bajo su responsabilidad y el derecho a emprender la guerra, sobre las costas orientales del Adriático, la Galia Cisalpina -el territorio entre el Po y los Alpes- y la provincia Narbonense, donde se detectaban movimientos de tribus germanas, helvéticas, belgas y galas.